CASA GRANDE:
¿QUÉ ESTÁ PASANDO EN EL SINDICATO?
JUAN ARRIAGA DIÉGUEZ
Es muy lamentable y raro lo que está pasando en el Sindicato.
Huele a gato encerrado. Malos trabajadores están creando problemas al Comité
Electoral aduciendo una serie de objeciones. Han cuestionado el resultado del proceso
electoral mediante un juicio con efectos fallidos. No se sabe con qué medios han
costeado ese bendito juicio.
Felizmente, la maldad no paga. El juez ya declaró
improcedentes sus débiles observaciones. Pero persisten en seguir creando
problemas.
Por ejemplo, se niegan ahora a entregar el Acta pertinente a
los nuevos dirigentes elegidos, la cual contiene los resultados del proceso
electoral que deben ser entregados a la Gerencia de Trabajo para su
reconocimiento oficial respectivo. ¿Es pura maldad y
o ganas de perjudicar o hay
fuertes intereses subalternos? Es la pregunta que se formulan los trabajadores.
Señalamos que hay gato encerrado, porque sin pecar de prejuiciosos,
no se descarta la velada intervención de los ejecutivos de COAZUCAR, en todas
estas jugadas turbias y nada santas. Son expertos en manipulación y
convincentes por el poder económico que manejan
¿Qué les pasa a estos trabajadores involucrados en estas sospechosas
obstaculizaciones? ¿Están mal de la cabeza ?¿Acaso es gratuito el socavamiento que están causando en
contra de la unidad y solidaridad de todos los trabajadores que son afectados,
con quienes deben solidarizarse? ¿Es tanta su condescendencia y falta de
dignidad que se someten con bajeza a quienes dirigen la empresa? Han llegado a
tal extremo que amordazan su conciencia y dan la espalda a sus compañeros
trabajadores.
En realidad, es inconcebible lo que acontece. En pleno siglo
21 existen todavía “Filipillos” que se dejan mangonear y se exponen a la
censura y el repudio de todos los trabajadores correctos que existen en Casa
Grande y Anexos.
Estas conductas no deben quedar impunes, aunque se vayan de
vacaciones indefinidas para que no se les caiga la cara de vergüenza si se reencontraran
con sus compañeros de trabajo. Serán siempre castigados por el látigo del
desprecio.
Están a tiempo de reflexionar y subsanar esta situación. No
deben olvidar que más vale el honor y la dignidad de una persona que todas las
prebendas que podrían recibir por inclinar la cabeza a quienes, realmente, no
merecen el respeto y la consideración por ser mezquinos y egoístas con los derechos
y las justas aspiraciones de todos los trabajadores.
Piensen y eviten vivir toda su existencia con esa mancha que
los denigrara y será siempre un permanente y duro remordimiento por no actuar
con decencia, honor y ética. Cabe una necesaria recapacitación de quienes están
errando, clamorosamente.

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